lunes, 19 de marzo de 2012

caida de constantinopla

La caída de Constantinopla en manos de los turcos otomanos el martes 29 de mayo de 1453 fue un suceso histórico que, en la periodización clásica y según algunos historiadores, marcó el fin de la Edad Media en Europa y el fin del último vestigio del Imperio romano de Oriente y de la cultura clásica.


 El saqueo de Constantinopla y el Imperio Latino
El Imperio bizantino alrededor de 1400
Puede decirse que el declive de Constantinopla, la capital del Imperio romano de Oriente, comenzó en 1190 durante los preparativos de la Tercera Cruzada en los reinos de Occidente. Los bizantinos, creyendo que no había posibilidades de vencer a Saladino (sultán de Egipto y Siria y principal enemigo de los cruzados instalados en Tierra Santa), decidieron mantenerse neutrales. Con esta reticencia bizantina como excusa, y con la codicia por los tesoros de Constantinopla como motor, los cruzados tomaron por asalto la ciudad en 1204, ya en la Cuarta Cruzada, dando origen al efímero Imperio latino que duró hasta 1261.
Los bizantinos, despojados de su capital imperial, establecieron nuevos Estados: el Imperio de Nicea, el Imperio de Trebisonda y el Despotado de Epiro serían los más influyentes. En tanto, el reino establecido por los cruzados fue perdiendo territorios. Finalmente, en 1261, el Imperio de Nicea, bajo Miguel VIII Paleólogo, reconquistó la ciudad.
Fortalecimiento de las defensas
El ataque de los cruzados reveló un punto débil en las defensas de la ciudad. Las poderosas murallas al oeste de la ciudad repelieron invasores persas, germanos, hunos, ávaros, búlgaros y rusos (22 sitios en total) durante siglos, pero las murallas a lo largo del litoral, sobre todo a lo largo del Cuerno de Oro (un canal que separa Constantinopla de la villa de Pera, al norte) se revelaron frágiles. Después de recuperar la ciudad, los bizantinos reforzaron las murallas del litoral y las defensas en los puntos donde necesitaban estar abiertas para la entrada de los navíos a los puertos. Para asegurarse de que no necesitarían preocuparse por las defensas en el Cuerno de Oro, se construyó una pesada y descomunal cadena de hierro que cruzaba el canal, de forma que ningún navío podría pasar sin la autorización de la guardia bizantina.
Nacimiento del Imperio otomano
Incluso antes de la Cuarta Cruzada, el Imperio bizantino venía, desde varios siglos atrás, perdiendo territorios debido al empuje de pueblos y estados musulmanes, en Oriente Medio y en África. En los inicios del siglo XI, una tribu turca procedente de Asia Central y que regía en una amplia zona de lo que hoy es Oriente Medio, los selyúcidas, comenzaron a atacar y conquistar territorios bizantinos en Anatolia. Al final del siglo XIII, los selyúcidas ya habían tomado casi todas las ciudades bizantinas de Anatolia, con excepción de un puñado de ciudades en el noroeste de la península.
En esta época, los Kayi, otro clan seminómada turco había migrado del Jorasán (noreste de Persia) hacia el oeste y, tomando partido por los selyúcidas en una batalla en Anatolia frente al Imperio mongol, decidió la victoria turca. El sultán selyúcida Kaikubad I, en agradecimiento, le concedió a su líder Ertoğrül un pequeño territorio montañoso en el noroeste del imperio, en las proximidades del territorio bizantino llamado Söğüt. El estado selyúcida comenzaba poco después a dividirse en pequeños emiratos que no reconocían el poder selyúcida ni el mongol. Uno de estos emiratos, el del clan turco que habría ayudado a los selyúcidas, bajo el mando de un líder llamado Osmán I Gazi (hijo de Ertoğrül y que daría el nombre de la dinastía otomana u osmanlí) sería el núcleo originario del futuro Imperio otomano.
Los otomanos ya habían impuesto su fuerza al desvalido Imperio bizantino, tomando sus últimas ciudades asiáticas de Bursa, Nicea y Nicomedia, en la región de Bitinia. En 1341, cuando murió el emperador Andrónico III, el imperio quedó en manos de su esposa Ana, quien nombró al clérigo Juan VI Cantacuzeno como tutor de su hijo Juan V Paleólogo y corregente de Ana. En 1343, Cantacuzeno se declaró regente único y pidió ayuda militar al entonces emir otomano Orhan I (hijo y sucesor de Osmán desde 1326) para imponer su control sobre los últimos remanentes del Imperio bizantino. Ana, entonces, determinó que Juan y Cantacuzeno serían co-emperadores, el segundo de mayor autoridad sobre el primero durante 10 años, cuando entonces gobernarían como iguales.
Cuando el reino de Serbia atacó Salónica, en 1349, el clérigo y regente bizantino Cantacuzeno pidió por segunda vez auxilio a los otomanos. En 1351, Cantacuzeno hizo una tercera alianza con los turcos para ayudarlo en la guerra civil provocada entre sus partidarios y los seguidores del príncipe Juan. En este último acuerdo, Cantacuzeno prometió a los otomanos la posesión de una fortaleza del lado europeo del estrecho de los Dardanelos: la primera ocupación de una civilización asiática en Europa desde el asedio persa a Grecia, más de 2.000 años atrás. Entretanto, el pasha (príncipe) otomano Suleimán (hijo primogénito de Orhan) decidió reforzar su posición tomando la ciudad de Galípoli, estableciendo el control sobre toda la península y una base estratégica para la expansión del Imperio otomano en Europa. Cuando Cantacuzeno exigió la devolución de la ciudad, los otomanos se volvieron en contra de Constantinopla.
Durante el gobierno de Juan V Paleólogo, Bizancio se convirtió un estado vasallo del nuevo emir Murad I (segundo hijo y sucesor de Orhan desde 1359), ofreciendo soldados para las campañas de los turcos en Europa y pagando un tributo anual para mantener a los turcos lejos de Constantinopla. Las exigencias turcas se agravaron cuando Juan murió, en 1391, y su hijo Manuel II Paleólogo subió al trono, en desacato al sultán otomano Beyazid I (hijo y sucesor de Murad, caído en combate contra los serbios en la Batalla de Kosovo -1389-).
Los cercos de 1391, 1396 y 1422
Entre las nuevas exigencias del sultán estaba el establecimiento de un distrito en Constantinopla de mercaderes otomanos. Como Manuel rehusó, Beyazid cercó la ciudad por tierra. Después de 7 meses de sitio, Manuel Paleólogo cedió y los turcos se retiraron para las campañas en el norte, contra Serbia y Hungría.
Beyazid convocó a Manuel y a otros reyes cristianos del este europeo para una audiencia, donde demostraría las consecuencias para cualquiera que resistiera al sultán. Paleólogo presintió que sería asesinado y rehusó la invitación. Después de un segundo rechazo, en 1396, Beyazid envió nuevamente su ejército a Constantinopla, saqueando y destruyendo los campos aledaños a la ciudad, impidiendo que cualquiera entrase o saliese vivo de allí. Constantinopla aún podía contar con suministros venidos del mar, ya que los turcos no se apoyaron en un cerco marítimo a la ciudad. Así, Constantinopla resistió por 6 años, hasta que, en 1402, el temible ejército turco-mongol de Tamerlán invadió el Imperio otomano por el este y Beyazid se vio obligado a movilizar sus tropas para este nuevo frente, salvándose Constantinopla en el último momento.
En las dos décadas siguientes, Constantinopla se vio libre del yugo otomano (debido a la derrota y prisión de Beyazid en la Batalla de Ankara y la posterior lucha entre sus hijos Süleyman Çelebi, İsa Çelebi, Mûsa Bey y Mehmed I, del cual salió victorioso el último) y pudo incluso recuperar algunos territorios en Grecia, volviéndolos a perder en breve. Pero en 1422 Manuel Paleólogo resolvió apoyar a un príncipe otomano al trono, imaginando una tregua duradera en el futuro. El sultán Murad II (hijo de Mehmed I) envió en respuesta un contingente de 10.000 soldados para cercar Constantinopla una vez más. En aquel año, el 24 de agosto, el sultán ordenó un duro ataque a las murallas y, después de varias horas de batalla, ordenó su retirada y, una vez más, Constantinopla consiguió sobrevivir.
La caída de Constantinopla
Búsqueda de apoyo en el Occidente
El cisma entre las Iglesias católicas Romana y Ortodoxa había mantenido a Constantinopla distante de las naciones occidentales e, incluso durante los asedios de los turcos musulmanes, no había conseguido más que indiferencia de Roma y sus aliados. En un último intento de aproximación, teniendo en vista la constante amenaza turca, el emperador Juan VIII promovió un concilio en Ferrara, en Italia, donde se resolvieron rápidamente las diferencias entre las dos confesiones. Entretanto, la aproximación provocó tumultos entre la población bizantina, dividida entre los que rechazaban a la iglesia romana y los que apoyaban la maniobra política de Juan VIII.
Constantino XI y Mehmed II
Mehmed II Fatih
Juan VIII había muerto en 1448 y su hermano Constantino XI asumió el trono al año siguiente (mientras tanto la regente en Constantinopla fue Elena Dragases, madre de ambos). Era una figura popular, habiendo luchado en la resistencia bizantina en el Peloponeso frente al ejército otomano, mas seguía la línea de su hermano y predecesor en la conciliación de las iglesias oriental y occidental, lo que causaba desconfianza no sólo entre el clero bizantino sino también en el sultán Murad II, que veía esta alianza como una amenaza de intervención de las potencias occidentales en la resistencia a su expansión en Europa.
En 1451 Murad II murió, siendo sucedido por segunda vez por su joven hijo Mehmed II. Inicialmente, Mehmed prometió no violar el territorio bizantino. Esto aumentó la confianza de Constantino que, en el mismo año, se sintió seguro y suficiente para exigir el pago de una renta anual para la manutención de un oscuro príncipe otomano, mantenido como rehén, en Constantinopla. Furioso, más por el ultraje que por la amenaza a su pariente en sí, Mehmed II ordenó los preparativos para un asedio completo a la capital bizantina.
Preparativos
Ambos bandos se prepararon para la guerra. Los bizantinos, ahora, con la simpatía de las naciones occidentales, enviaron mensajeros a dichas naciones pidiendo refuerzos y consiguiendo promesas. Tres navíos genoveses contratados por el Papa estaban en camino con armas y provisiones. El Papa también había enviado al cardenal Isidro, con 300 arqueros napolitanos como su guardia personal. Los venecianos enviaron a mediados de 1453 un refuerzo de 800 soldados y 15 navíos con pertrechos, mientras que los ciudadanos venecianos residentes en Constantinopla aceptaron participar de las defensas de la ciudad. La capital bizantina también recibió refuerzos de los ciudadanos de Pera y de los genoveses renegados, entre los cuales estaba su capitán Giovanni Giustiniani Longo, quien se encargaría de las defensas de la muralla este, y 700 soldados. Se aprestaron a la defensa con barriles de fuego griego, armas de fuego, y todos los hombres y jóvenes capaces de empuñar una espada o un arco. Para esa época Constantino XI Paleólogo había hecho un censo en la ciudad para ver las fuerzas disponibles para la defensa de Constantinopla. El resultado fue decepcionante: la población apenas llegaba los 50.000 habitantes (en su máximo esplendor en el siglo V había llegado a 500.000 habitantes) y apenas había entre 5.000 a 7.000 soldados para la defensa.
Los otomanos, a su vez, iniciaron el cerco construyendo rápidamente una muralla 10 kilómetros al norte de Constantinopla, Anadoluhisari. Mehmed II sabía que los asedios anteriores habían fracasado porque la ciudad recibía suministros a través del mar y entonces trató de bloquear las dos entradas, la del mar Negro, con una fortaleza armada con tres cañones (Rumeli Hisari) en el punto más estrecho de la orilla del Bósforo, y con a lo menos 125 navíos ocupando los Dardanelos, el mar de Mármara y el oeste del Bósforo.
Mehmed también reunió un ejército estimado en 100.000 soldados, 80.000 de los cuales eran combatientes turcos profesionales; los demás, reclutas capturados en campañas anteriores, mercenarios, aventureros, voluntarios de Anatolia, los bashi-bazuks y renegados cristianos, los cuales serían empleados en los asaltos directos. 12.000 de estos soldados eran jenízaros (infantería) y 15.000 cipayos (caballería), la élite del ejército otomano. Al inicio de 1452, un ingeniero de artillería húngaro llamado Orbón ofreció sus servicios al sultán. Mehmed le hizo responsable de la instalación de los cañones en su nueva fortaleza y la fabricación de un inmenso cañón de nueve metros de longitud (llamado gran bombarda), el cual fue llevado a las cercanías de Constantinopla empujado por varios cientos de bueyes y auxiliado por un contingente de 100 hombres a la velocidad de 2 km por día. A todos estos se les sumaban aquellos que animaban a la batalla con sus tambores y trompetas y que se contaban por miles, no cesando de tocar en ninguno de los momentos del asedio, además del apoyo de los derviches que incitaban a destruir la ciudad.
El sultán prometió a sus hombres que estarían tres días de pillaje y botín, enardeciendo así los ánimos entre ellos, además de asegurar que aquel que coronara primero la muralla sería nombrado gobernador (bey) de una de las provincias del Imperio bizantino.
El ataque otomano
La caída de Constantinopla en 1453.
El sitio comenzó oficialmente el 7 de abril de 1453, cuando el gran cañón disparó el primer tiro en dirección al valle del Río Lico, junto a la puerta de San Romano, que penetraba en Constantinopla por una depresión bajo la muralla, lo cual posibilitaba el posicionamiento del cañón en una parte más alta. La muralla, hasta entonces imbatida en aquel punto, no había sido construida para soportar ataques de artillería, y en menos de una semana comenzó a ceder, pese a ser la mejor arma contra los otomanos, ya que constaba de tres anillos gruesos de murallas con fosos de entre 30 y 70 metros de profundidad. Todos los días, al anochecer, los bizantinos se escabullían fuera de la ciudad para reparar los daños causados por el cañón con sacos y barriles de arena, piedras despedazadas de la propia muralla y empalizadas de madera, mientras los defensores se defendían con sus arqueros mediante lanzamientos de flechas y con ballesteros de dardos. Los otomanos evitaron el ataque por la costa, puesto que las murallas eran reforzadas por torres con cañones y artilleros que podrían destruir toda la flota en poco tiempo. Por eso, el ataque inicial se restringió casi solamente a un frente, lo que facilitó tiempo y mano de obra suficientes a los bizantinos para soportar el asedio.
Al comienzo del cerco, los bizantinos consiguieron dos victorias alentadoras. El 12 de abril, el almirante búlgaro al servicio del sultán Suleimán Baltoghlu fue rechazado por la armada bizantina al intentar forzar el pasaje por el Cuerno de Oro. Seis días después, el Sultán intentó un ataque a la muralla dañada en el valle del Lico, pero fue derrotado por un contingente menor, aunque mejor armado, de bizantinos, al mando de Giustiniani.
El 20 de abril los bizantinos avistaron los navíos enviados por el Papa, además de otro navío griego con grano de Sicilia, que atravesaron el bloqueo de los Dardanelos cuando el sultán desplazó sus navíos hacia el mar de Mármara. Baltoghlu intentó interceptar los navíos cristianos, pero vio que su flota podía ser destruida por los ataques de fuego griego arrojado sobre sus embarcaciones. Los navíos llegaron con éxito al Cuerno de Oro y Baltoghlu fue humillado públicamente por el sultán y ejecutado.
El 22 de abril, el sultán asestó un golpe estratégico en las defensas bizantinas con la ayuda de la gran maniobra ideada por su general Zaganos Pasha. Imposibilitados para atravesar la cadena que cerraba el Cuerno de Oro, el sultán ordenó la construcción de un camino de rodadura al norte de Pera, por donde sus navíos podrían ser empujados por tierra, evitando la barrera. Con los navíos posicionados en un nuevo frente, los bizantinos no tendrían recursos para reparar después sus murallas. Sin elección, los bizantinos se vieron forzados a contraatacar y el 25 de abril intentaron un ataque sorpresa a los turcos en el Cuerno de Oro, pero fueron descubiertos por espías y ejecutados. Los bizantinos, entonces, decapitaron a 260 turcos cautivos y arrojaron sus cuerpos sobre las murallas del puerto.
Bombardeados diariamente en dos frentes, los bizantinos raramente eran atacados por los soldados turcos. El 7 de mayo, el sultán intentó un nuevo ataque al valle del Lico, pero fue nuevamente repelido. Al final del día, los otomanos comenzaron a mover una gran torre de asedio, pero durante la noche un comando bizantino se escabulló sin ser descubierto por los escuchas turcos y prendió fuego a la torre de madera. Los turcos también intentaron abrir minas por debajo de las murallas, pero los griegos consiguieron contraminar tres galerías turcas con diverso éxito. Con los impactos de artillería de los cañones las murallas sufrían grandes brechas por donde penetraban los jenízaros, que para salvar los fosos se dedicaban a recoger ramas, toneles, además de los bloques de piedra de las murallas derruidas, para rellenar los fosos y poder penetrar para luchar cuerpo a cuerpo con los bizantinos.
La mano de obra estaba sobrecargada, los soldados cansados y los recursos escaseaban. El mismo Constantino XI coordinaba las defensas, inspeccionaba las murallas y animaba a las tropas por toda la ciudad.
Malos presagios
La resistencia de Constantinopla comenzó a decaer cuando cundió el desánimo causado por una serie de malos presagios. En la noche del 24 de mayo hubo un eclipse lunar, recordando a los bizantinos una antigua profecía de que la ciudad sólo resistiría mientras la Luna brillase en el cielo. Al día siguiente, durante una procesión, uno de los iconos de la Virgen María cayó al suelo. Luego, de repente, una tempestad de lluvia y granizo inundó las calles. Los navíos prometidos por los venecianos todavía no habían llegado y la resistencia de la ciudad estaba al límite.
Al mismo tiempo, los turcos otomanos afrontaban sus propios problemas. El costo para sostener un ejército de 100.000 hombres era muy grande y los oficiales comentaban la ineficiencia de las estrategias del Sultán hasta entonces. Mehmed II se vio obligado a lanzar un ultimátum a Constantinopla: los turcos perdonarían las vidas de los cristianos si el emperador entregaba la ciudad. Como alternativa, prometió levantar el cerco si Constantino pagaba un pesado tributo que ascendía a cien mil besantes de oro al año. Como los tesoros estaban vacíos desde el saqueo de la Cuarta Cruzada, Constantino se vio obligado a rechazar la oferta y Mehmed, a lanzar un ataque rápido y decisivo.
 El asalto final
Restos de las murallas de Constantinopla.
Mehmed ordenó que las tropas descansasen el día 28 de mayo para prepararse para el asalto final en el día siguiente, ya que sus astrólogos le habían profetizado que el día 29 sería un día nefasto para los infieles. Por primera vez en casi dos meses, no se oyó el ruido de los cañones ni de las tropas en movimiento. Para romper el silencio y levantar la moral en el momento decisivo, todas las iglesias de Constantinopla tocaron sus campanas durante todo el día. El emperador y el pueblo rezaron juntos en Santa Sofía por última vez, antes de ocupar sus puestos para resistir el asalto final, que se produjo antes del amanecer.
Durante esa madrugada del día 29 de mayo de 1453, el sultán otomano Mehmed lanzó un ataque total a las murallas, compuesto principalmente por mercenarios y prisioneros, concentrando el ataque en el valle del Lico. Durante dos horas, el contingente principal de mercenarios europeos fue repelido por los soldados bizantinos bajo el mando de Giustiniani, provistos de mejores armas y armaduras y protegidos por las murallas. Pero con las tropas cansadas, tendrían ahora que afrontar al ejército regular de 80.000 turcos.
El ejército turco atacó durante más de dos horas, sin vencer la resistencia bizantina. Entonces hicieron espacio para el gran cañón, que abrió una brecha en la muralla por la cual los turcos concentraron su ataque. Constantino en persona coordinó una cadena humana que mantuvo a los turcos ocupados mientras la muralla era reparada. El sultán, entonces, hizo uso de los jenízaros, que trepaban la muralla con escaleras. Sin embargo, tras una hora de combates, los jenízaros todavía no habían conseguido entrar a la ciudad.
Con los ataques concentrados en el valle del Lico, los bizantinos cometieron la imprudencia de dejar la puerta de la muralla noroeste (la Kerkaporta) semiabierta. Un destacamento jenízaro otomano penetró por allí e invadió el espacio entre las murallas externa e interna, muriendo muchos de ellos al caer al foso. Se dice que el primero en llegar fue un gran soldado llamado Hassan, que murió por una lluvia de flechas bizantinas. En ese momento, el comandante Giovanni Giustiniani Longo fue herido y fue evacuado apresuradamente hacia un navío. Constantino, avisado inmediatamente del hecho, fue hacia él y lo quiso convencer de no alejarse del lugar, le habló de la importancia de mantenerse como fuera en el campo de batalla, pero el genovés habría intuido la gravedad del asunto y lamentablemente se mantuvo firme en su deseo de retirarse para ser atendido. Cuando el resto de los soldados genoveses vieron que se llevaban a su capitán pasó lo que era de esperar: se desmoralizaron y desertaron de sus puestos en la muralla siguiendo el camino de su capitán, justo en el preciso momento en que arreciaban las fuerzas de los jenízaros en el lugar.
Sin su liderazgo, los soldados griegos lucharon desordenadamente contra los disciplinados turcos. La muerte de Constantino XI es una de las leyendas más famosas del asalto, ya que el emperador luchó hasta la muerte en las murallas tal y como había prometido a Mehmed II cuando este le ofreció el gobierno de Mistra a cambio de la rendición de Constantinopla. Decapitado, su cabeza fue capturada por los turcos, mientras que su cuerpo era enterrado en Constantinopla con todos los honores.
Giustiniani también moriría más tarde, a causa de las heridas, en la isla griega de Quíos, donde se encontraba anclada la prometida escuadra veneciana a la espera de vientos favorables.
Captura y control otomano
Mehmed II entró en la ciudad por la tarde, junto a sus generales Zaganos Pasha y Mahmud Pasha, y ordenó que la catedral (Santa Sofía) fuese consagrada como mezquita. En un principio prometió a sus hombres un saqueo de tres días, pero impidió que tocaran Aya Sofía maravillado por ella y ofreció a todos sus habitantes quedarse en sus casas con sus bienes. El contingente bizantino recibió autorización para residir en la ciudad bajo la autoridad de un nuevo patriarca, el teólogo Jorge Scolarios, que adoptó el nombre de Genadio II, designado por el propio sultán para asegurarse de que no habría revueltas. Desde entonces quien tenía el control religioso de Palestina fue Atenas.
De cualquier forma, fue el fin del último reducto de la cultura clásica, el último vestigio del Imperio romano. Constantinopla fue llamada desde ese entonces Istanbul (del griego clásico eis tên Polin (εις τήν Πόλι(ν), en castellano Estambul) y pasó a ser la capital de un nuevo imperio que llegaría hasta las mismas puertas de Viena, el Imperio otomano.

LAS CRUZADAS

las cruzadas se dieron para intentar retomar la tierra santa (JERUSALEN)
ya que esta fue invadida
se dieron ocho cruazadas en total

 

1° cruzada
  • Al Papa Gregorio VII se debe la idea de que los países cristianos se unieran para luchar contra el común enemigo religioso que era el Islam.
  • El Papa Urbano II (1088-1099) fue quien la puso en práctica. En 1095, la invitación a la lucha contra los turcos arribaría en embajadas francesas e inglesas a las cortes de las naciones europeas medievales más importantes: Francia, Inglaterra, Alemania y Hungría (Hungría no se unirá a las primeras cruzadas por guardar el luto de 3 años del recientemente fallecido rey San Ladislao I de Hungría (1046-1095), quien antes de morir habría aceptado participar en la campaña de Urbano II). El llamamiento formal de Urbano II se sucedió en el penúltimo día del Concilio de Clermont (Francia), jueves 27 de noviembre de 1095, proclamó, al grito de '"Dieu lo volti"'(¡Dios lo quiere!), la denominada primera cruzada (1096-1099).
El paso de los cruzados por el Reino de Hungría
La predicación de Urbano II puso en marcha en primer lugar a multitud de gente humild.e, dirigida por el predicador Pedro de Amiens el Ermitaño y algunos caballeros franceses. Este grupo formó la llamada Cruzada popular, de los pobres o Cruzada de Pedro el Ermitaño. De forma desorganizada se dirigieron hacia Oriente, provocando matanzas de judíos a su paso. En marzo de 1096 los ejércitos del rey Colomán de Hungría (sobrino del recientemente fallecido rey San Ladislao I de Hungría) repelerían a los caballeros franceses de Valter Gauthier quienes entraron en territorio húngaro causando numerosos robos y matanzas en las cercanías de la ciudad de Zimony. Posteriormente entraría el ejército de Pedro de Amiens, el cual sería escoltado por las fuerzas húngaras de Colomán. Sin embargo, luego de que los cruzados de Amiens atacásen a los soldados escoltas y matásen a cerca de 4000 húngaros, los ejércitos del rey Colomán fijarían una posición hostil contra los cruzados que atravesaban el reino vía Bizancio.
A pesar del caos surgido, Colomán permitió la entrada a los ejércitos cruzados de Volkmar y Gottschalk, a quienes finalmente también tuvo que enfrentar y derrotar cerca de Nitra y Zimony, luego de que igual que los otros grupos causasen incalculables estragos y asesinatos. En el caso particular del sacerdote alemán Gottschalk, éste entró en suelo húngaro sin autorización del rey y estableció un campamento en las cercanías del asentamiento de Táplány, luego de masacrar a la población local, lo que generó la ira de Colomán, y causó la expulsión por medio de la fuerza de los soldados germánicos invasores.
Luego de esto, los húngaros detendrían las fuerzas del Conde Emiko (quien ya había asesinado en suelo alemán a cerca de 4000 judíos) cerca de la ciudad de Moson. Colomán de inmediato prohibió la estadía en Hungría de Emiko y se vio forzado entonces a enfrentar el asedio del conde germánico a la ciudad de Moson, donde se hallaba el rey húngaro. Las fuerzas de Colomán defendieron valientemente la ciudad y rompiendo el sitio lograron dispersar las fuerzas cruzadas del conde germánico.
Al poco tiempo, el rey húngaro forzó a Godofredo de Bouillón a firmar un tratado en la Abadía de Pannonhalma, donde los cruzados se comprometían a pasar por el territorio húngaro con un buen comportamiento. Tras esto, las fuerzas continuarían fuera de territorios húngaro escoltadas por los ejércitos de Colomán y continuarían hacia Constantinopla. A su llegada a Bizancio, el Basileus se apresuró a enviarlos al otro lado del Bósforo. Despreocupadamente se internaron en territorio turco, donde fueron aniquilados con facilidad.
La Cruzada de los Príncipes
Mucho más organizada fue la llamada Cruzada de los Príncipes (denominada habitualmente en la historiografía como la Primera Cruzada) cerca de agosto de 1096, formada por una serie de contingentes armados procedentes principalmente de Francia, Países Bajos y el reino normando de Sicilia. Estos grupos iban dirigidos por segundones de la nobleza, como Godofredo de Bouillón, Raimundo de Tolosa y Bohemundo de Tarento.
Durante su estancia en Constantinopla, estos jefes juraron devolver al Imperio Bizantino aquellos territorios perdidos por éste frente a los turcos. Desde Bizancio se dirigieron hacia Siria atravesando el territorio selyúcida, donde consiguieron una serie de sorprendentes victorias. Ya en Siria, pusieron sitio a Antioquía, que conquistaron tras un asedio de siete meses. Sin embargo, no la devolvieron al Imperio Bizantino, sino que Bohemundo la retuvo para sí formando el Principado de Antioquía.
Desde Antioquía se dirigieron hacia Jerusalén, conquistando algunas plazas por el camino y sorteando otras. En junio de 1099 sitiaron la capital, que cayó en manos de los cruzados el 15 de julio de 1099. En la conquista, los cruzados realizaron una terrible matanza, que no respetó a judíos ni a musulmanes, mujeres o niños.
Con esta conquista finalizó la Primera Cruzada, y muchos cruzados retornaron a sus países de origen. El resto se quedó para consolidar los territorios recién conquistados. Junto al Reino de Jerusalén (dirigido inicialmente por Godofredo de Bouillón, que tomó el título de Defensor del Santo Sepulcro) y al principado de Antioquía, se crearon además los condados de Edesa (actual Urfa, en Turquía) y Trípoli (en el actual Líbano).
Tras estos éxitos iniciales se produjo una nueva oleada de cruzados, que formaron la llamada cruzada de 1101. Sin embargo, esta expedición, dividida en tres grupos, fue derrotada por los turcos mientras atravesaban Anatolia. Este percance apagó los espíritus cruzados durante algunos años.
2° cruzada
Gracias a la división de los Estados musulmanes, los Estados latinos (o francos, como eran conocidos por los árabes), consiguieron establecerse y sobrevivir. Los dos primeros reyes de Jerusalén, Balduino I y Balduino II fueron gobernantes capaces que extendieron el reino a toda la tierra entre el Mediterráneo y el Jordán, e incluso más allá. Rápidamente se integraron en el cambiante sistema de alianzas locales y así pudieron verse enfrentamientos entre la alianza de un Estado cristiano con uno musulmán contra la alianza de otro Estado cristiano con otro Estado musulmán.
Sin embargo, a medida que el espíritu de cruzada iba decayendo entre los francos, cada vez más cómodos en su nuevo estilo de vida orientalizante, entre los musulmanes iba creciendo el espíritu de jihad o Guerra Santa, principalmente entre la población, movilizada por los predicadores contra sus impíos gobernantes, capaces de tolerar la presencia cristiana en Jerusalén e incluso de aliarse con sus reyes. Este sentimiento fue explotado por una serie de caudillos que consiguieron unificar los distintos Estados musulmanes y lanzarse a la conquista de los reinos cristianos.
El primero de estos fue Zengi, gobernador de Mosul y de Alepo, que en 1144 conquistó Edesa, liquidando el primero de los Estados francos. Como respuesta a esta conquista, que puso de manifiesto la debilidad de los Estados cruzados, el Papa Eugenio III, a través de Bernardo, abad de Claraval (famoso predicador, autor asimismo de la regla de los templarios) predicó en diciembre de 1145 la Segunda Cruzada.
A diferencia de la primera, en esta participaron reyes de la cristiandad, encabezados por Luis VII de Francia (acompañado de su esposa, Leonor de Aquitania) y por el emperador germánico Conrado III. Los desacuerdos entre franceses y alemanes, así como con los bizantinos, fueron constantes en toda la expedición. Cuando ambos reyes llegaron a Tierra Santa (por separado) decidieron que Edesa era un objetivo poco importante y marcharon hacia Jerusalén. Desde allí, para desesperación del rey Balduino III, en lugar de enfrentarse a Nur al-Din (hijo y sucesor de Zengi), eligieron atacar Damasco, estado independiente y aliado del rey de Jerusalén. La expedición fue un fracaso, ya que tras sólo una semana de asedio infructuoso, los ejércitos cruzados se retiraron y volvieron a sus patrias. Con este ataque inútil consiguieron que Damasco cayera en manos de Nur al-Din, que progresivamente iba cercando los Estados francos. Más tarde, el ataque por parte de Balduino II a Egipto iba a provocar la intervención de Nur al-Din en la frontera sur del reino de Jerusalén, preparando el camino para el fin del reino y la convocatoria de la Tercera Cruzada.
3° cruzada
Las intromisiones del Reino de Jerusalén en el decadente califato fatimí de Egipto llevaron al sultán Nur al-Din a mandar a su lugarteniente Saladino a hacerse cargo de la situación. No hizo falta mucho tiempo para que Saladino se convirtiera en el amo de Egipto, aunque hasta la muerte de Nur al-Din en 1174 respetó la soberanía de éste. Pero tras su muerte, Saladino se proclamó sultán de Egipto (a pesar de que había un heredero al trono de Nur al-Din, su hijo de sólo 12 años y quien a la postre resultó envenenado) y de Siria, dando comienzo la dinastía ayyubí. Saladino era un hombre sabio y logró la absoluta unión de las facciones musulmanas, así como el control político y militar desde Egipto hasta Siria.
Como Nur al-Din, Saladino era un musulmán devoto y decidido a expulsar a los cruzados de Tierra Santa. El Reino de Jerusalén, regido por el Rey Leproso, Balduino IV de Jerusalén, y rodeado ya por un sólo Estado, se vio obligado a firmar frágiles treguas seguidas por escaramuzas, tratando de retrasar el inevitable final.

Tras la muerte del rey Balduino IV de Jerusalén, el Estado se dividió en distintas facciones, pacifistas o belicosas, y pasó a convertirse en rey, debido al enlace matrimonial que mantenía con la hermana del fallecido patriarca, el general en jefe del ejército unido de Jerusalén: Guy de Lusignan. El mismo apoyaba una política agresiva y de no negociación con los sarracenos y abogaba por su sometimiento y derrota en combate, cosa a la que sus detractores se oponían habida cuenta de la inferioridad numérica que los cristianos tenían ante las tropas de Saladino. La radicalidad religiosa y el apoyo al brazo más radical de la orden de los Templarios en sus ataques a diversas localidades y estructuras sarracenas desembocarían en un enfrentamiento final entre Guy de Lusignan y el propio Saladino. De hecho, se hace culpable a Guy de lusignan de la derrota y pérdida de Jerusalén por su obsesión en enfrentarse al ejército de Saladino y su falta de visión para la protección de la ciudad y de sus habitantes.


Krak de los Caballeros. Esta fortaleza, considerada inexpugnable, controlaba el paso desde el interior de Siria a la costa de Líbano y estuvo bajo el mando de los Caballeros Hospitalarios hasta 1271.
Reinaldo de Châtillon era un bandido con título de caballero que no se consideraba atado por las treguas firmadas. Saqueaba las caravanas e incluso armó expediciones de piratas para atacar a los barcos de peregrinos que iban a La Meca, ciudad muy importante para los musulmanes. El ataque definitivo fue contra una caravana en la que iba la hermana de Saladino, que juró matarlo con sus propias manos.
Declarada la guerra, el grueso del ejército cruzado, junto con los Templarios y los Hospitalarios, se enfrentó a las tropas de Saladino en los Cuernos de Hattin el 4 de julio de 1187. Los ejércitos cristianos fueron derrotados, dejando el reino indefenso y perdiendo uno de los fragmentos de la Vera Cruz. Saladino mató con sus propias manos a Reinaldo de Châtillon. Algunos de los caballeros Templarios y Hospitalarios capturados fueron también ejecutados. Saladino procedió a ocupar la mayor parte del reino, salvo las plazas costeras, abastecidas desde el mar, y en octubre del mismo año conquistó Jerusalén. Comparada con la toma de 1099, esta fue casi incruenta, aunque sus habitantes debieron pagar un considerable rescate y algunos fueron esclavizados. El reino de Jerusalén había desaparecido.
La toma de Jerusalén conmocionó a Europa y el papa Gregorio VIII convocó una nueva cruzada en 1189. En esta participaron reyes de los más importantes de la cristiandad: Ricardo Corazón de León (hijo de Enrique II y de Leonor de Aquitania), Felipe II Augusto de Francia y el emperador Federico I Barbarroja (sobrino de Conrado III). Éste último, al mando del grupo más poderoso, siguió la ruta terrestre, en la que sufrió algunas bajas. Cerca de Siria, sin embargo, el emperador murió ahogado mientras se bañaba en el río Salef (en la actual Turquía) y su ejército ya no continuó hacia Palestina. Barbaroja durante su estadía en el Reino de Hungría le había pedido al príncipe Géza, hermano del rey Béla III de Hungría que se uniése a las fuerzas cruzadas, así, un ejército de 2.000 soldados húngaros partió al lado de los germánicos. Si bien luego de los conflictos bélicos el rey húngaro habría llamado de regreso a sus fuerzas, su hermano menor, Géza, permaneció en Constantinopla y desposó a una noble bizantina, puesto que no tenía buenas relaciones con Béla III.
Los ejércitos inglés y francés llegaron por la ruta marítima. Su primer (y único) éxito fue la toma de Acre el 13 de julio de 1191, tras la cual Ricardo realizó una matanza de varios miles de prisioneros. Esta matanza militarmente le dio oxígeno para seguir hacia el sur a su meta final: Jerusalén, y además le valió el nombre por el que sería reconocido en la historia, Corazón de León.
Felipe II Augusto estaba preocupado por los problemas en su país y molesto por las rivalidades con Ricardo, por lo que regresó a Francia, dejando a Ricardo al mando de la cruzada. Este llegó hasta las proximidades de Jerusalén, pero en lugar de atacar prefirió firmar una tregua con Saladino, temiendo que su ejército diezmado de 12.000 hombres no fuera capaz de sostener el sitio de Jerusalén. Pensando en una próxima cruzada y en no arriesgar militarmente una derrota que no le daría a los cristianos la posibilidad del control posterior de la Ciudad Santa, pactaron con el mismo Saladino, quien también estaba cansado y diezmado, la tregua que permitía el libre acceso de los peregrinos desarmados a la Ciudad Santa.
Saladino falleció seis meses después. Ricardo murió en 1199 por una flecha a su regreso a Europa. De esta forma, se cerraba la Tercera Cruzada con un nuevo fracaso para los dos bandos, dejando sin esperanzas a los Estados francos. Era cuestión de tiempo para que desapareciera la estrecha franja litoral que controlaban. Sin embargo, resistieron aún un siglo más.
4° cruzada
Tras la tregua firmada en la Tercera Cruzada y la muerte de Saladino en 1193, se sucedieron algunos años de relativa paz, en los que los Estados francos del litoral se convirtieron en poco más que colonias comerciales italianas. En 1199, el Papa Inocencio III decidió convocar una nueva cruzada para aliviar la situación de los Estados cruzados. Esta Cuarta Cruzada no debería incluir reyes e ir dirigida contra Egipto, considerado el punto más débil de los estados musulmanes.
Al no ser ya posible la ruta terrestre, los cruzados debían tomar la ruta marítima, por lo que se concentraron en Venecia. El dux Enrico Dandolo se coaligó con el jefe de la expedición Bonifacio de Montferrato y con un usurpador bizantino, Alejo IV Ángelo para cambiar el destino de la cruzada y dirigirla contra Constantinopla, al estar los tres interesados en la deposición del basileus del momento, Alejo III Ángelo.
Inicialmente, los cruzados fueron empleados para luchar contra los húngaros en Zara, por lo que fueron excomulgados por el Papa. Desde allí se dirigieron hacia Bizancio, donde consiguieron instalar a Alejo IV como basileus en 1203. Sin embargo, el nuevo basileus no pudo cumplir las promesas hechas a los cruzados, lo que originó toda clase de disturbios. Fue depuesto por los propios bizantinos, que coronaron a Alejo V Ducas. Esto provocó la intervención definitiva de los cruzados, que conquistaron la ciudad el 12 de abril de 1204. El saqueo de la ciudad fue terrible. Miles de cristianos (incluyendo mujeres y niños) fueron asesinados por los cruzados. Desvalijaron y destruyeron mansiones, palacios, iglesias y la propia basílica de Santa Sofía. Europa occidental recibió un aluvión de obras de arte y reliquias sin precedentes, producto de este saqueo.
Con ello llegaba a su fin el Imperio Bizantino, que se desmembró en una serie de Estados, algunos latinos y otros griegos. De éstos, el llamado Imperio de Nicea conseguiría restaurar una sombra del Imperio Bizantino en 1261.
Los cruzados establecieron el llamado Imperio Latino, organizado feudalmente y con una autoridad muy débil sobre la mayoría de los territorios que supuestamente controlaba (y nula sobre los Estados griegos de Nicea, Trebisonda y Epiro).
La Cuarta Cruzada asestó un doble golpe a los Estados francos de Palestina. Por un lado, les privó de refuerzos militares. Por otro, al crear un polo de atracción en Constantinopla para los caballeros latinos, produjo la emigración de muchos que estaban en Tierra Santa hacia el Imperio Latino, abandonando los Estados francos.
CRUZADAS MENORES
Tras el fracaso de la cuarta, el espíritu cruzado se había apagado casi por completo, pese al interés de algunos papas y reyes por reavivarlo. Si los Estados francos sobrevivieron hasta 1291 fue por la intervención de los mongoles que ,al acabar con el califato Abbasí en 1258 y conquistar la región de Oriente Medio, dieron un respiro a los latinos, al no ser los mongoles hostiles al cristianismo.
La convicción de que los reiterados fracasos se debían a la falta de inocencia de los cruzados, llevó a la conclusión de que sólo los puros podrían reconquistar Jerusalén. En 1212 un predicador de 12 años organizó la llamada cruzada de los niños, en la que miles de niños y jóvenes recorrieron Francia y embarcaron en sus puertos para ir a liberar Tierra Santa. Fueron capturados por capitanes desaprensivos y vendidos como esclavos. Tan sólo algunos consiguieron regresar al cabo de los años. El cuento era popular en la Edad Media, pero la mayoría de los historiadores creen que este cuento se exagera, o que es un mito.
5° cruzada
La V Cruzada fue proclamada por Inocencio III en 1213 y partió en 1218 bajo los auspicios de Honorio III, uniendóse al rey cruzado Andrés II de Hungría, quien llevó hacia oriente el ejército más grande en toda la Historia de las Cruzadas. Como la IV Cruzada, tenía como objetivo conquistar Egipto. Tras el éxito inicial de la conquista de Damieta en la desembocadura del Nilo, que aseguraba la supervivencia de los Estados francos, a los cruzados les pudo la ambición e intentaron atacar El Cairo, fracasando y debiendo abandonar incluso lo que habían conquistado, en 1221.
6° cruzada
La organización de la VI Cruzada fue un tanto audaz. El papa había ordenado al emperador Federico II Hohenstaufen que fuera a las cruzadas como penitencia. El emperador había asentido, pero había ido demorando la partida, lo que le valió la excomunión. Finalmente, Federico II (que tenía pretensiones propias sobre el trono de Jerusalén) partió en 1228 sin el permiso papal. Sorprendentemente, el emperador consiguió recuperar Jerusalén mediante un acuerdo diplomático. Se autoproclamó rey de Jerusalén en 1229 y también obtuvo Belén y Nazaret.
7° cruzada
En 1244 volvió a caer Jerusalén (esta vez de forma definitiva), lo que movió al devoto rey Luis IX de Francia (San Luis) a organizar una nueva cruzada, la Séptima. Como en la V, se dirigió contra Damieta, pero fue derrotado y hecho prisionero en Mansura (Egipto) con todo su ejército.
8° cruzada
Vuelto a Francia, el mismo rey emprendió la llamada VIII Cruzada (1269) contra Túnez, aunque en realidad era un peón en los intereses de su hermano Carlos de Anjou rey de Nápoles, que quería evitar la competencia de los mercaderes tunecinos. La peste acabó con el rey Luis y gran parte de su ejército en Túnez (1270).
Aunque algunos papas intentaron predicar nuevas cruzadas, ya no se organizaron más y, en 1291, los cruzados evacuaron sus últimas posesiones en Tiro, Sidón y Beirut tras la caída de San Juan de Acre. A fin de cuentas, el único triunfo relevante de la Cristiandad durante los dos siglos de más de ocho cruzadas fue la toma de Jerusalén por Godofredo de Bouillon en la primera cruzada en el año 1099, la cual, a pesar de las innumerables matanzas de sarracenos, judíos (hombres, mujeres y niños), logró sostener la Ciudad Santa por muchos años, y encontró los objetivos marcados inicialmente por los defensores de la idea de reconquistar la tierra llamada santa para los cristianos de Europa.